Soneto XI
La herida en hielo ardió y la luz
cobarde
Que en verso alzó los mares que retrata,
El ponto amó, por donde se dilata
La llama de la altura donde aún arde.
Fue el fuego de un torrente aquella
tarde
El que imprimió la luz bordada en plata,
Un sol que tejió el cielo de escarlata,
Reflejo en que cuajó con vano alarde.
La costa el sol miró, que,
vagabundo,
Al declinar, un pájaro sin plumas,
Aquel bajel halló de mundo a mundo.
Las olas se encresparon, las espumas,
Los besos de la brisa, y, moribundo,
Dejó un rayo de sol sobre las brumas.
2008 ©
José Ramón Muñiz Álvarez: los lanceros del ocaso”
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