viernes, 6 de febrero de 2015

Supo el vuelo de un vencejo




Supo el vuelo de un vencejo

       Supo el vuelo de un vencejo,
cruzando el aire temprano,
dibujar, en lo lejano,
el más encendido espejo;
que, con su raro reflejo,
bordó el oro, en su alegría,
que el mismo cielo encendía
sobre el cristal de la helada,
donde, al brillar la alborada,
quiso alzarse el nuevo día.
      Y, a quebrar la sombra oscura
con los más claros pinceles,
hirió, con puñales crueles,
los corales de la altura.
Y la callada espesura
pudo ver la gallardía
con que al fin la brisa fría
de la noche en retirada
pudo admirar la alborada
que vio alzarse el nuevo día.
      Y, galopando violento,
vieron correr aquel rayo,
un agitado caballo
sobre las alas del viento.
Porque, cayendo sediento
donde la vida vivía,
la muerte, con osadía,
supo hallar allí guardada,
que, al nacer de la alborada,
supo alzarse el nuevo día.
      Porque fue un pincel mortal
el que trazó su belleza,
alzando la fortaleza
de la gala matinal.
Que siempre fue de coral
la luz que la altura hería,
que, por la senda sombría,
escuchando su llamada,
la muerte halló a la alborada
donde se alzó el nuevo día.
      Y, con aire fatigoso,
corrió aquel raro palacio
el destello, en el espacio,
con un bostezo gozoso.
Y fue el eco silencioso
que escucha la serranía
esa muerte que vencía
sobre la vida callada,
porque, al nacer la alborada,
quiso alzarse el claro día.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Las mansiones del silencio”

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