Soneto IV
No quiso dar sus lágrimas al cielo
Que al sol dejó, con tímida
prudencia
Llorar, desde su azul,
aquella ausencia,
Cruzando el horizonte por
su suelo.
Acaso despertó mayor desvelo
La furia de los mares, su
impaciencia,
Queriendo darle paz en la
aquiescencia
De las profanidades de su
suelo.
Sonó una melodía contenida
Y en un adiós sin voz,
junto a las olas,
Su voz cubrió una brava
sacudida.
Su espíritu, entre raras caracolas,
Reposo halló, ya lejos de
la vida,
Donde la espuma teje sus
cabriolas.
2008 © José Ramón Muñiz Álvarez: los lanceros del ocaso”
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