Soneto VIII
La muerte no tardó, y en su morada
su beso dejó amargo, que, maldito,
vidrió el mirar, tornando en su granito
lo que era dicha y vida alborotada.
Y no tardó la muerte que, apurada,
su firma imprimir supo en el escrito
del duelo que traslada al infinito
la vida que respira desangrada.
Corrió la madrugada cuando, fría,
la voz en el cristal oyó del viento,
llagada de la noche del paisaje.
Y pudo despedir la luz del día
la llama silenciosa del aliento
callado al iniciar el largo viaje.
2013 © José Ramón
Muñiz Álvarez
“Las mansiones
del silencio”
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