viernes, 6 de febrero de 2015

Soneto




Soneto VIII

       La muerte no tardó, y en su morada
su beso dejó amargo, que, maldito,
vidrió el mirar, tornando en su granito
lo que era dicha y vida alborotada.
      Y no tardó la muerte que, apurada,
su firma imprimir supo en el escrito
del duelo que traslada al infinito
la vida que respira desangrada.
      Corrió la madrugada cuando, fría,
la voz en el cristal oyó del viento,
llagada de la noche del paisaje.
      Y pudo despedir la luz del día
la llama silenciosa del aliento
callado al iniciar el largo viaje.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Las mansiones del silencio”

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