Soneto III
No quiso confesar que estaba herido
por ese mal que lleva hasta la muerte
la voz de la esperanza, cuya suerte
destierra con crueldades de su nido.
Y, sin mostrarse triste ni abatido,
guardaba su dolor, si, siendo fuerte,
más duro que la dura piedra inerte,
a nadie dijo el mal más escondido.
Dejó ya este rincón su pensamiento,
que el tiempo pudo ser menos avaro,
haciendo su maldad más decidida:
La clara bocanada que el aliento
recibe al respirar el aire claro
faltó al final, negándole la vida.
No quiso confesar que estaba herido
por ese mal que lleva hasta la muerte
la voz de la esperanza, cuya suerte
destierra con crueldades de su nido.
Y, sin mostrarse triste ni abatido,
guardaba su dolor, si, siendo fuerte,
más duro que la dura piedra inerte,
a nadie dijo el mal más escondido.
Dejó ya este rincón su pensamiento,
que el tiempo pudo ser menos avaro,
haciendo su maldad más decidida:
La clara bocanada que el aliento
recibe al respirar el aire claro
faltó al final, negándole la vida.
2013 © José Ramón
Muñiz Álvarez
“Las mansiones
del silencio”
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