Soneto I
Los charcos vio la helada como espejos
del bello resplandor en que, sencillos,
los rayos del sol vieron esos brillos
que prestos dibujaron sus reflejos.
La aurora llegó triste con bermejos
que hirieron de la noche los castillos,
guarida de la voz de los autillos
que mudos se callaron a lo lejos.
Y todo fue silencio de invernada
en esas densidades que el enero
quebró con la crueldad de su dureza.
Preludio de la muerte alborotada,
la nieve fue tan solo en el sendero
que cruza ese paisaje de tristeza.
Los charcos vio la helada como espejos
del bello resplandor en que, sencillos,
los rayos del sol vieron esos brillos
que prestos dibujaron sus reflejos.
La aurora llegó triste con bermejos
que hirieron de la noche los castillos,
guarida de la voz de los autillos
que mudos se callaron a lo lejos.
Y todo fue silencio de invernada
en esas densidades que el enero
quebró con la crueldad de su dureza.
Preludio de la muerte alborotada,
la nieve fue tan solo en el sendero
que cruza ese paisaje de tristeza.
2013 © José Ramón
Muñiz Álvarez
“Las mansiones
del silencio”
No hay comentarios:
Publicar un comentario